Suele considerarse que la hiperinflación es una inflación superior a un 50% al mes, es decir, algo más de un 1% al día. Esta tasa de inflación, acumulada durante muchos meses, provoca elevadísimas subidas del nivel de precios.
Las empresas dedican mucho tiempo y energías en la gestión de su tesorería cuando el efectivo pierde su valor rápidamente. Al no dedicar este tiempo y energía a actividades más valiosas, como las decisiones de producción y de inversión, la hiperinflación hace que la economía funcione menos eficientemente.
Asimismo, durante las hiperinflaciones, los precios relativos no reflejan bien la verdadera escasez.
Al variar los precios tanto y tan a menudo, es difícil para los clientes buscar
el mejor precio. Unos precios muy volátiles y rápidamente crecientes pueden
alterar la conducta de muchas maneras generando un consumo elevado de bienes y
servicios porque consideran que el valor de estos activos es superior al de
poseer dinero en sus bolsillos o cuentas bancarias.
La hiperinflación también
distorsiona los sistemas tributarios, pero de una forma bastante distinta a la
de una inflación moderada.
En la mayoría de los sistemas hay
un retraso entre el momento en el que se devenga un impuesto y el momento en el
que se paga al Estado. Por ejemplo, en muchos países las empresas deben presentar
una declaración de impuestos cada tres meses. Este breve retraso no es muy
importante cuando la inflación es baja. En cambio, durante una hiperinflación, incluso
un breve retraso reduce extraordinariamente los ingresos fiscales reales.
Cuando el Estado recibe el dinero,
este ha perdido valor. Por ese motivo, una vez que comienzan las
hiperinflaciones, los ingresos fiscales reales del Estado suelen disminuir
significativamente.
Los gobiernos tratan de resolver
este problema añadiendo un número cada vez mayor de ceros al dinero-papel, con
frecuencia no consiguen ir al mismo ritmo que el creciente nivel de precios.
A la larga, estos costes de la
hiperinflación se vuelven intolerables. Con el paso del tiempo, el dinero
pierde su papel como depósito de valor, unidad de cuenta y medio de cambio.
El trueque se vuelve más frecuente,
y otras monedas no oficiales más estables – como el dólar estadounidense–
comienzan a sustituir naturalmente al dinero oficial.
¿Cómo acabar con la HIPERINFLACIÓN?
El fin de las hiperinflaciones casi siempre coincide con la introducción de reformas fiscales. Una vez que es evidente la magnitud del problema, el Gobierno acaba consiguiendo la voluntad política necesaria para reducir el gasto público y subir los impuestos. Estas reformas fiscales reducen la necesidad de señoriaje, lo que permite reducir el crecimiento del dinero. En consecuencia, aun cuando la inflación sea siempre y en todo lugar un fenómeno monetario, el fin de una hiperinflación normalmente también es un fenómeno fiscal.
¿Qué hacer si vives en un país hiperinflacionario?
¿Cómo protegerte y no perder tu poder adquisitivo?
Tienes las respuestas en la clase de hoy:
No hay comentarios:
Publicar un comentario